El canalla sentimental by Jaime Bayly

El canalla sentimental by Jaime Bayly

Author:Jaime Bayly
Language: es
Format: mobi, epub
Published: 2009-04-11T22:00:00+00:00


Ana me envía un correo electrónico que dice: «Sos malo.» Me lo dice porque hace días que no le escribo.

Le contesto: «Soy malo para que me quieras, si fuera bueno te aburrirías de mí.» Se lo digo para que no deje de escribirme.

Ana me escribe: «¿Cuándo venís? ¿Cuándo voy a verte?» Le respondo: «Puedes verme los sábados a la noche en canal 9.»

Se molesta: «Sos malo y además cruel, sabés que no soporto verte en la tele, odio tus entrevistas, parecés un nabo atómico, entrevistás a gente que casi nunca te interesa realmente, no quiero que salgas en la tele, te hace mal como escritor, no te conviene.»

Le escribo: «Te amo cuando me dices esas cosas, estás loca pero tienes razón, yo tampoco soporto verme en la tele.»

Me escribe: «Entonces dejá la tele y escribe, sólo escribe.» Le escribo: «No puedo, la tele paga bien, los libros dejan poca plata, tú sabes que a mí me gusta vivir bien.»

Me reprocha: «Un verdadero escritor no tiene miedo a ser pobre.»

Me defiendo: «Entonces no soy un verdadero escritor, nunca he podido ser nada completamente verdadero, ni siquiera un hombre verdadero.»

Me escribe: «Sí lo sos, sólo que no creés suficientemente en vos.»

Le respondo: «Al menos creo suficientemente en ti.»

Me amonesta: «Tampoco creés en mí, porque no querés verme, siempre encontrás una excusa para no verme, voy a borrarme el tatuaje que me hice con tu nombre.»

Le digo la verdad: «Sabes que te amo, pero no sé si quiero verte, porque la última vez que nos vimos terminamos discutiendo de política.»

Me escribe: «Entonces no hablemos de política, pero veámonos, no seas malo.»

Le escribo: «Estoy en tu ciudad, llegué ayer, esta tarde tengo— que grabar dos programas, termino a las siete con suerte, ¿puedes verme a las siete y media en Palermo?»

No tarda en responder: «Sí, decime dónde.»

Le escribo: «En el albergue transitorio de Juan B. Justo, pasando Santa Fe, ¿te parece?»

Me escribe: «Nos vemos allí a las siete y media, espera-me en el cuarto si llegás antes que yo.»

Le escribo: «Dale, te espero en el cuarto.»

Podríamos habernos dicho esto por teléfono y no por correo electrónico, pero Ana no usa celular y cuando estoy en Buenos Aires yo tampoco, y nunca la llamo a la librería donde trabaja y ella no me llama a casa porque nuestros muy esporádicos encuentros tienen siempre esa naturaleza furtiva.

Esa tarde, apenas termino de grabar, tomo un taxi, me bajo en Juan B. Justo, entro al albergue transitorio (que anuncia su condición con un cartel en letras rojas fosforescentes), le pago cincuenta pesos por dos horas a un joven en la recepción que escucha La extraña dama de Valeria Lynch en la versión estupenda de Miranda, subo a la habitación, me despojo del saco, la corbata y los zapatos, me tiendo en la cama y espero a Ana.

Estoy dormido cuando suena el teléfono. El chico de la recepción me dice que ha llegado Ana.

Le digo que puede subir.

Ana me abraza y me regala un libro de Coetzee, Desgracia.

—Estás más flaco —me miente.



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